Francisco Tobar García, gran dramaturgo, poeta y novelista, contestaba mis cartas cuando era diplomático en Madrid, a través de su columna de El Comercio. Me hizo un poema. El Doctor Juan Páez Terán, insigne poeta ecuatoriano, me permitió prologar su último libro. Raúl Pérez Torres, director de la Casa de la Cultura, novelista más que poeta, me pidió prestado El Rey de la Leña, en su edición original, de Marco Antonio Restrepo, y nunca me lo devolvió. Eliecer Enríquez Bermeo (Quito a través de los siglos, Guayaquil a través de los siglos, Quito Relicario de Sucre...), fue mi abuelo.
Mi madre, Rosa Enríquez Ferri, hizo un envío a Hastío, de Lilian de Toledo, en versos alejandrinos... sin saber que tenían catorce sílabas. Juan Páez le escribió un soneto a mi madre.
El envío de mi madre a Hastío dice así:
"Yo sí sé que te quise, pero ahora me cansas, /y el cansancio ha llegado por tus gélidos besos, /y esas ansías enormes de vivir siempre tu vida /y es ahora mi vida la que clama en silencio, /libertad y partida, y final de este encuentro"
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